sábado, 26 de marzo de 2011

OASIS DE VIDA

Publicado en el diario la Verdad el viernes 25/03/2011

Oasis de vida
El nacimiento del río Chícamo, un vergel de gran valor ecológico y geológico en un desierto surgido del fondo marino

La Asamblea General de Naciones Unidas resolvió en diciembre 1992 dedicar cada 22 de marzo a celebrar el Día Mundial del Agua para concienciar a ciudadanos y gobernantes, empresarios y consumidores de la importancia de cuidar un bien escaso e imprescindible, los recursos hídricos del planeta, que además contribuyen al bienestar social y a la productividad económica. Para unirnos a esta celebración, desde GPS proponemos una ruta junto al último afluente del Segura, el Chícamo, un manantial siempre amenazado pero que nunca ha dejado de surtir del preciado bien que es el agua a los vecinos y cultivos de la zona. Un oasis en mitad de un territorio semidesértico, un reducto de especies endémicas como el fartet (un pez en peligro de extinción), un testigo de la evolución del planeta, un vergel surgido de las profundidades marinas, un lugar de interés comunitario (LIC) y geológico (LIG) y una zona de especial protección de aves (ZEPA). En definitiva, una refrescante jornada en tierras de Abanilla en la que no se librará de mojarse los pies y durante la que debe poner especial cuidado para no deteriorar el valioso entorno de este arroyo en territorio semiárido, reservorio de biodiversidad.
La ruta comienza junto a las casas cueva Río Chícamo, unos metros más adelante, un conjunto de palmeras y los restos de un antiguo pozo le indican que debe tomar ese camino de tierra (a la derecha) y volver a girar a la derecha. Enseguida empezará a pisar barro y pequeños charcos, fruto de las filtraciones de agua, que estallan en el nacimiento unos cientos de metros más adelante. Enmarcado por sendos conjuntos de olmos, debe continuar el recorrido, a la derecha, por el curso de la propia rambla y, junto a un gran taray y algunas zarzas, se observa el nacimiento. A partir de ese punto, el agua fluye, despacio y escasa al principio. Palmeras datileras, cañaverales esbeltos como palmeras y juncos floridos y altos como cañas bordean el margen, alimentadas del tímido curso fluvial, que poco a poco va sumando aportes de las filtraciones del acuífero de Quibas para convertirse, apenas 100 metros más abajo, en una corriente constante.
Antes de cruzar el primer puente que vadea este río en el desierto, un cartel indica a los paseantes que están en el río Chícamo, siguiendo su curso se llega a la charca creada artificialmente, mediante una pequeña presa, para contribuir a la conservación del fartet (Aphanius iberus), una especie endémica de pequeño tamaño que sólo habita en estas aguas continentales y cuyo reservorio natural se encuentra al 90% en la Región (las salinas de Marchamalo y las del Rasall, repobladas por el proyecto LIFE, también albergan esta especie). Allí, junto a la pequeña presa artificial construida con este fin y custodiada por un enorme taray invadido por una trepadora, se pueden ver barbos y carpines en abundancia, los fartets cuesta más encontrarlos, pero también especies invasoras que algún desalmado ha liberado en este privilegiado entorno (un pez naranja de acuario campa a sus anchas por la charca, quizá alguien cansado de cuidarlo lo echó allí para hacerle un favor y flaco favor le ha hecho a la fauna autóctona de la zona). Este vergel en tierra de bad-lands es también hábitat de cigüeñuelas, espino negro, caballito del diablo (Coenagrion mercuariale), un tipo de libélulas de coloridos abdómenes, y zorros, sus excrementos los encontramos más adelante en mitad del sendero, como es habitual en los machos de esta especie.
El recorrido continúa por un camino claro y, tras cruzar otro puente, debe seguir el itinerario dejando la Sierra de Barinas a la espalda.
A partir de ese punto la vegetación se hace densa y, junto al viejo molino de cubo semiderruido (construido en 1844 y en funcionamiento hasta 1960 -una pequeña represa canalizaba el agua al molino y hacía funcionar sus muelas-), entramos en un estrecho sendero, un pasadizo defendido por salados blancos y espinos, para llegar al río, que hay que cruzar (en este tramo de cerrada vegetación, el camino es más lioso, pero no hay pérdida, sigan la corriente).
El paseo discurre casi siempre por la margen derecha del cauce, ya más caudaloso, aunque hay que cruzarlo varias veces para sortear la espesa vegetación de ribera en la que, junto a las típicas palmeras de la 'palestina murciana' (el de la zona es el tercer palmeral en importancia de la península ibérica), paleras, pitas, almendros, higueras y fornidos pinos, se encuentran tarays, enebros, albaidas, acebuches o siemprevivas. A cada paso, la rambla se empieza a encajonar entre las altas paredes (de hasta 40 m.) en un curso horadado por el agua en los conglomerados de un delta formado hace 10 millones de años, cuando el Mediterráneo bañaba estas latitudes.
En los constantes cambios de márgenes, los palos ayudan a mantener el equilibrio para cruzar sobre mínimas piedras o precarios troncos en terreno cenagoso, aunque otras veces estorban. Tras sufrir un poco, hay que trepar un pequeño desnivel y ayudarse de un pino, aparece el escaso espino negro, la olivilla, los lentiscos con porte de árbol, la jara y el romero.
Durante el trayecto se aprecian infraestructuras, algunas ya deterioradas, que sirvieron para conducir el agua a los cultivos de riego colindantes. Siguiendo por la margen derecha del río y entre la frondosa vegetación, un pino caído ha construido un maravilloso banco con vistas y 'oídos' al relajante sonido del agua por el serpenteante cauce.
Antes de entrar de lleno en la imponente garganta de El Cajer (o Cajel) deberá cruzar de nuevo el río (un gran pino es la señal) y volver de nuevo a la margen derecha, antes de darse de bruces con una impresionantemente alta pared arcillosa, aprovechando un camino confeccionado con los cantos rodados del propio río. Vayan dispuestos a 'agachar el lomo' porque tendrán que pasar bajo un túnel natural de cañas que seguramente ha conformado la fuerza del agua cuando hay avenidas y continuar el recorrido por el mismo margen, pero lo más pegados a la izquierda que puedan y que le permitan los espigados cañaverales y los enormes tarays.
Atravesará el río sobre las primeras pozas de la garganta, donde crecen bellas orquídeas y, en este punto, ya habrá desistido de tratar de mantenerse seco y habrá echado pie al agua en más de una ocasión. No se despiste, porque se ven bellas orquídeas silvestres por el camino y fósiles marinos adheridos a las paredes, al tiempo que se disfruta de diminutas cascadas cantarinas, de pétreas pozas en las que remojarse sería una delicia y de un inmenso pasadizo natural que pone de manifiesto a los paseantes lo pequeño que es el hombre y lo inmensa que es la fuerza de la naturaleza.
A partir de ahí el río se abre de nuevo y llega a la presa del Cajer, para perderse en un desierto de blancas colinas, surcado de barrancos y cárcavas. Para quienes se queden con hambre de explorar más este territorio aparentemente inhóspito, la ruta podría continuarse, río abajo, hasta La Umbría, El Partidor o El Tollé, pero esa será otra historia.

Cómo llegar
Debe coger la A-7 en dirección a Alicante y tomar la salida Abanilla, para continuar en dirección Mahoya (MU-412) y en la rotonda seguir dirección Pinoso (MU-422). Tras la cuesta Colorá, coja el desvío hacia Barinas y Macisvenda (MU-410). Pasadas estas dos poblaciones, en el Km. 7 debe seguir, a la derecha, la indicación Rancho El Chambilero y girar, enseguida, a la izquierda. El coche puede aparcarlo en la zona habilitada para ello, pero comience la ruta más adelante, siguiendo por la carretera, para ver el nacimiento propiamente dicho.
Recomendaciones
Lleve agua, calzado impermeable o de repuesto y palos para andar. No planee esta excursión en caso de lluvias torrenciales. Sea respetuoso con una zona de alto valor ecológico y muy vulnerable.

Dónde dormir
Casa cueva Río Chícamo. Casas del Chícamo, s/n. Macisvenda (Abanilla). Precio: 350 e (fin de semana); 550 e (la semana). 629 279497. Más info:
www.riochicamo.es
Abanilla, con todas sus pedanías, está plagada de casas cueva, alojamiento natural de los habitantes de la zona, que han vivido hasta hace unas décadas de los recursos naturales de estos parajes. La mayoría de estas viviendas (bioclimáticas, se mantienen entre 18º y 22º todo el año) que sus moradores excavaron en la tierra, fueron abandonadas a mitad del siglo XX y se recuperan para el turismo rural o adquiridas por extranjeros. En la pedanía de Macisvenda, a 50 metros del nacimiento del Chícamo, está la casa cueva Río Chícamo. La cueva principal dispone de tres habitaciones amplias, salón con sofás cama, baño, comedor con escenario, bodega con barra y cocina. Además, hay otra cueva con una habitación y un baño, y otra con cocina moderna y baño, además de piscina, barbacoa y cenadores, cubierto y descubierto, en el exterior.

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